Monday, 29 March 2010
Thursday, 25 March 2010
El poder de la propaganda
Titulares para la manipulación
Como es sabido por todos, muchos lectores se limitan a leer los titulares de la prensa e ignoran el texto de las informaciones. De ahí que el recurso del titular es muy utilizado en las técnicas de desinformación. Veamos algunos casos recientes.
Son muchas las ocasiones en que un titular da por verdaderos hechos no probados y que sólo son interpretaciones de una parte en conflicto. Por ejemplo en este caso de un titular utilizado por Público para un teletipo de Efe (11-3-2010): EEUU, 'preocupado' por los indicios de colaboración entre Chávez y las FARC . Mientras que se ha recurrido a las comillas para recoger el término “preocupado”, no ha sido así para la expresión “indicios de colaboración”, a pesar de que procede de una declaración del gobierno estadounidense, no es ningún hecho confirmado, Venezuela no ha dejado de negar esa colaboración. En el primer párrafo de la información queda claro: “El jefe de la diplomacia de EEUU para América Latina, Arturo Valenzuela, ha dicho que existen indicios de cooperación de Venezuela con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)”.
De este modo, de las dos valoraciones del gobierno estadounidense, la primera se da por ser un hecho real (colaboración Chávez-FARC) y la segunda (preocupación) la cita entre comillas. Así cualquier lector comparte la posición estadounidense, todos nos preocuparíamos si esa colaboración fuera verdad, lo que sucede es que eso está por ver. Yo también me preocuparía por una colaboración entre Obama y Al Qaeda, pero también eso está por demostrar.
El 9 de marzo hubo un titular de la agencia Ap muy utilizado en los medios internacionales: “Lula pide respeto a Cuba ante detención de disidentes” (Univisión, El Nuevo Herald...). Se trata de un titular confuso porque alguien podría entender que quien había faltado al respeto era Cuba y era al gobierno cubano a quien le estaba solicitando que respetase a los “disidentes”.
El primer párrafo aclara algo: “El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva pidió el martes respeto a las determinaciones de la justicia cubana en la detención de disidentes que se declararon en huelga de hambre, uno de los cuales murió”. Ya podemos apreciar que a quienes acusa de irrespeto es a los que criticaban al gobierno cubano. Pero mantenía un elemento engañoso: el uso del término “disidentes”. Porque leyendo todo el texto se observa que el presidente brasileño nunca considera disidentes a los presos cubanos. Basta ver esta cita: "Yo pienso que la huelga de hambre no puede ser utilizada como un pretexto de derechos humanos para liberar las personas. Imagine si todos los bandidos que están presos en Sao Paulo entraran en huelga de hambre y pidieran libertad". Y esta otra: “no puedo cuestionar las razones por la cuales Cuba los detuvo, como tampoco quiero que Cuba cuestione las razones por las cuales hay personas presas en Brasil".
Por tanto el titular era malicioso porque tenía como objetivo insinuar que Lula aceptaba que se encarcelase a disidentes y se quejaba de que por ello criticaran a Cuba. Algo que era mentira, la consideración de disidentes era cosecha de la agencia.
En algunas ocasiones la manipulación es tan burda que despierta sonrisas. En los dos casos siguientes, “unos pocos miles” son “escasa asistencia” en el titular; y “decenas” se convierten en un “baño de multitudes” cuando están en el título.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo” . Editorial Península .
Wednesday, 24 March 2010
¿Disidentes o traidores?
Estas son las razones de fondo. Pero el pretexto para este relanzamiento fue el fatal desenlace de la huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo, potenciado ahora por idéntica acción iniciada por otro “disidente”, Guillermo Fariñas Hernández y que será seguida, sin duda, por las de otros partícipes y cómplices de esta agresión. Como es bien sabido, Zapata Tamayo fue (y sigue siendo) presentado por esos “medios de desinformación de masas-como adecuadamente los calificara Noam Chomsky- como un “disidente político” cuando en realidad era un preso común que fue reclutado por los enemigos de la revolución y utilizado sin escrúpulos como un mero instrumento de sus proyectos subversivos. El caso de Fariñas Hernández no es igual, pero aún así guarda algunas similitudes y profundiza una discusión que es imprescindible dar con toda seriedad.
Es preciso recordar que estos ataques tienen una larga historia. Comienzan desde el triunfo mismo de la revolución pero, como política oficial y formal del gobierno de Estados Unidos se inician el 17 de marzo de 1960 cuando el Consejo de Seguridad Nacional aprueba el “Programa de Acción Encubierta” contra Cuba propuesto por el entonces Director de la CIA, Allen Dulles. Parcialmente desclasificado en 1991, ese programa identificaba cuatro cursos principales de acción, siendo los dos primeros “la creación de la oposición” y el lanzamiento de una “poderosa ofensiva de propaganda” para robustecerla y hacerla creíble. Más claro imposible. Tras el estruendoso fracaso de estos planes George W. Bush crea, dentro del propio Departamento de Estado, una comisión especial para promover el “cambio de régimen” en Cuba, eufemismo utilizado para evitar decir “promover la contrarrevolución”. Cuba tiene el dudoso privilegio de ser el único país del mundo para el cual el Departamento de Estado ha elaborado un proyecto de este tipo, ratificando de este modo la vigencia de la enfermiza obsesión yanqui por anexarse la isla y, por otro lado, lo acertado que estaba José Martí cuando alertó a nuestros pueblos sobre los peligros del expansionismo norteamericano. El primer informe de esa comisión, publicado en 2004, tenía 458 páginas y allí se explicitaba con gran minuciosidad todo lo que se debía hacer para introducir una democracia liberal, respetar los derechos humanos y establecer una economía de mercado en Cuba. Para viabilizar este plan se asignaban 59 millones de dólares por año (más allá de los que se destinarían por vías encubiertas), de los cuales 36 millones estarían destinados, según la propuesta, a fomentar y financiar las actividades de los “disidentes”. Para resumir, lo que la prensa presenta como una noble y patriótica disidencia interna parecería más bien ser la metódica aplicación del proyecto imperial diseñado para cumplir el viejo sueño de la derecha norteamericana de apoderarse definitivamente de Cuba.
Dicho lo anterior se impone una precisión conceptual. No es casual que la prensa del sistema hable con extraordinaria ligereza acerca de los “disidentes políticos” encarcelados en Cuba. Pero, ¿son “disidentes políticos” o son otra cosa? Sería difícil decir que todos, pero con toda seguridad la mayoría de quienes están en prisión no se encuentran allí por ser disidentes políticos sino por una caracterización mucho más grave: “traidores a la patria.” Veamos esto en detalle. En el célebre Diccionario de Política de Norberto Bobbio el politólogo Leonardo Morlino define al disenso como “cualquier forma de desacuerdo sin organización estable y, por tanto, no institucionalizada, que no pretende sustituir al gobierno en funciones por otro, y tanto menos derribar el sistema político vigente. El disenso se expresa sólo en el exhortar, persuadir, criticar, hacer presión, siempre con medios no violentos para inducir a los decision-makers a preferir ciertas opciones en lugar de otras o a modificar precedentes decisiones o directivas políticas. El disenso nunca pone en discusión la legitimidad o las reglas fundamentales que fundan la comunidad política sino sólo normas o decisiones bastante específicas.” (pp. 567-568) Más adelante señala que existe un umbral el que, una vez traspasado, convierte al disenso, y a los disidentes, en otra cosa. “El umbral es cruzado cuando se ponen en duda la legitimidad del sistema y sus reglas del juego, y se hace uso de la violencia: o cuando se incurre en la desobediencia intencional a una norma; o, por fin, cuando el desacuerdo se institucionaliza en oposición, que puede tener entre sus fines también el de derrumbar el sistema.” (p. 569) En la extinta Unión Soviética dos de los más notables disidentes políticos, y cuyo accionar se ajusta a la definición arriba planteada, fueron el físico Andrei Sakharov y el escritor Alexander Isayevich Solzhenitsyn; Rudolf Bahro lo fue en la República Democrática Alemana; Karel Kosik, en la antigua Checoslovaquia; en los Estados Unidos sobresalió, al promediar el siglo pasado, Martin Luther King; y en el Israel de nuestros días Mordekai Vanunu, científico nuclear que reveló la existencia del arsenal atómico en ese país y por lo cual se lo condenó a 18 años de cárcel sin que la “prensa libre” tomara nota del asunto.
La disidencia cubana, a diferencia de lo ocurrido con Sakharov, Solzhenitsyn, Bahro, Kosik, King y Vanunu, se encuadra en otra figura jurídica porque su propósito es subvertir el orden constitucional y derribar al sistema. Además, y este es el dato esencial, pretende hacerlo poniéndose al servicio de una potencia enemiga, Estados Unidos, que hace cincuenta años agrede por todos los medios imaginables a Cuba con un bloqueo integral (económico, financiero, tecnológico, comercial, informático), con permanentes agresiones y ataques de diverso tipo y con una legislación migratoria exclusivamente desarrollada (la “Ley de Ajuste Cubano”) para la isla y que estimula la migración ilegal a Estados Unidos poniendo en peligro la vida de quienes quieren acogerse a sus beneficios. Mientras Washington levanta un nuevo muro de la infamia en su frontera con México para detener el ingreso de inmigrantes mexicanos y a los procedentes de Centroamérica, concede todos los beneficios imaginables a quienes, viniendo de Cuba, pongan pie en su territorio. Quienes reciben dinero, asesoría, consejos, orientaciones de un país objetivamente enemigo de su patria y actúan en congruencia con su aspiración de precipitar un “cambio de régimen” que ponga fin a la revolución, ¿pueden ser considerados “disidentes políticos”?
Para responder olvidémonos por un momento de las leyes cubanas y veamos lo que establece la legislación en otros países. La Constitución de Estados Unidos fija en su Artículo III, Sección 3 que “El delito de traición contra los Estados Unidos consistirá solamente en tomar las armas contra ellos o en unirse a sus enemigos, dándoles ayuda y facilidades.” La sanción que merece este delito quedó en manos del Congreso; en 1953 Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados en la silla eléctrica acusados de traición a la patria por haberse supuestamente “unido a sus enemigos” revelando los secretos de la fabricación de la bomba atómica a la Unión Soviética. En el caso de Chile, el Código Penal de ese país establece en su Artículo 106 que “Todo el que dentro del territorio de la República conspirare contra su seguridad exterior para inducir a una potencia extranjera a hacer la guerra a Chile, será castigado con presidio mayor en su grado máximo a presidio perpetuo. Si se han seguido hostilidades bélicas la pena podrá elevarse hasta la de muerte.” En México, país que ha sido víctima de una larga historia de intervencionismo norteamericano en sus asuntos internos, el Código Penal califica en su artículo 123 como delitos de traición a la patria una amplia gama de situaciones como realizar “actos contra la independencia, soberanía o integridad de la nación mexicana con la finalidad de someterla a persona, grupo o gobierno extranjero; tome parte en actos de hostilidad en contra de la nación, mediante acciones bélicas a las órdenes de un estado extranjero o coopere con este en alguna forma que pueda perjudicar a México; reciba cualquier beneficio, o acepte promesa de recibirlo, con en fin de realizar algunos de los actos señalados en este artículo; acepte del invasor un empleo, cargo o comisión y dicte, acuerde o vote providencias encaminadas a afirmar al gobierno intruso y debilitar al nacional.” La penalidad prevista por la comisión de estos delitos es, según las circunstancias, de cinco a cuarenta años de prisión. La legislación argentina establece en el artículo 214 de su Código Penal que “Será reprimido con reclusión o prisión de diez a veinticinco años o reclusión o prisión perpetua y en uno u otro caso, inhabilitación absoluta perpetua, siempre que el hecho no se halle comprendido en otra disposición de este código, todo argentino o toda persona que deba obediencia a la Nación por razón de su empleo o función pública, que tomare las armas contra ésta, se uniere a sus enemigos o les prestare cualquier ayuda o socorro.”
No es necesario proseguir con esta somera revisión de la legislación comparada para comprender que lo que la “prensa libre” denomina disidencia es lo que en cualquier país del mundo -comenzando por Estados Unidos, el gran promotor, organizador y financista de la campaña anticubana- sería caratulado lisa y llanamente como traición a la patria, y ninguno de los acusados jamás sería considerado como un “disidente político.” En el caso de los cubanos, la gran mayoría de los llamados disidentes (si no todos) están incursos en ese delito al unirse a una potencia extranjera que está en abierta hostilidad contra la nación cubana y recibir de sus representantes -diplomáticos o no- dinero y toda suerte de apoyos logísticos para, como señala la legislación mexicana, “afirmar al gobierno intruso y debilitar al nacional.” Dicho en otras palabras, para destruir el nuevo orden social, económico y político creado por la revolución. No sería otra la caracterización que adoptaría Washington para juzgar a un grupo de sus ciudadanos que estuviera recibiendo recursos de una potencia extranjera que durante medio siglo hubiese acosado a los Estados Unidos con el mandato de subvertir el orden constitucional. Ninguno de los genuinos disidentes arriba mencionados incurrieron en sus países en tamaña infamia. Fueron implacables críticos de sus gobiernos, pero jamás se pusieron al servicio de un estado extranjero que ambicionaba oprimir a su patria. Eran disidentes, no traidores.
Atilio Borón
* Una versión abreviada de este artículo fue publicada por Página/12 (Buenos Aires) el 23 de Marzo de 2010.
Monday, 22 March 2010
Para los que se desinforman con los 'miedos' locales
Saturday, 20 March 2010
Cuba, Israel y la doble moral
Traducido para Rebelión por Jorge Aldao y revisado por Caty R.
Ha sido revelador seguir en los últimos días la cobertura internacional de los medios de comunicación y la actitud de determinados dirigentes políticos e intelectuales. Para aquéllos que quieran conocer el carácter y a qué intereses sirven algunos actores de la vida política y cultural, vale la pena prestar atención a las noticias reciente sobre Cuba e Israel.
La semana pasada, en función de las declaraciones de presidente Lula defendiendo la autodeterminación de la justicia cubana, se organizó una amplia campaña de denuncias contra una supuesta falta de respeto a los derechos humanos en la isla caribeña. Pero no hubo, en los medios más importantes, ni una sola noticia o discurso significativo sobre cómo Israel, nuevo destino del presidente brasileño, trata a sus presos, a sus minorías nacionales y a sus vecinos.
Vayamos a los hechos. En el caso cubano, Orlando Zapata, un supuesto “disidente” en huelga de hambre por mejores condiciones carcelarias, detenido y condenado por delitos comunes, fue atendido en un hospital público por orden del gobierno pero no resistió y falleció. Nadie ha formulado acusaciones de tortura o ejecución extra legal. A lo sumo hubo insinuaciones de opositores sobre un retardo en la atención médica, aunque es posible imaginar el escándalo que se habría armado en el caso de que el prisionero hubiese sido alimentado por la fuerza.
Aún no teniendo la menor evidencia de que la muerte del disidente, lamentada por el propio presidente Raúl Castro, hubiera sido provocada por el Estado, los principales medios y agencias de noticias se lanzaron contra Cuba con el puñal entre los dientes. Y después continuaron el Parlamento Europeo y el gobierno estadounidense amenazando al país con nuevas sanciones económicas.
La industria del martirio
Otro opositor, Guillermo Fariñas, en cuya biografía se combinan muchos actos delictivos y alguna militancia anticomunista, aprovechó el momento de conmoción para declararse también en ayuno, apareciendo demacrado en fotografías que dieron vuelta al mundo, protestando contra la situación en los presidios cubanos y exigiendo la libertad de los presos políticos. Así, rápidamente, se convirtió en el mascarón de proa de una industria del martirio que con mucha frecuencia ponen en marcha los enemigos de la revolución cubana.
El gobierno le ofreció un permiso para emigrar a España para recuperarse allí, pero Fariñas, que no está preso y hace su huelga de hambre en su casa, rechazó la oferta. Sus apoyos políticos, conscientes de que la Constitución cubana determina la absoluta libertad individual para someterse o no a un tratamiento médico, lo incitaron a intensificar su sacrificio, ya que no le atenderán por la fuerza hasta que su colapso convierta en imperativa su hospitalización. Porque, ¿de que le sirve Fariñas vivo a la oposición?
El presidente Lula hizo público, en su estilo, su rechazo al chantaje contra el gobierno cubano. Quizás su actitud habría sido diferente, aunque de manera discreta, si hubiera tenido la evidencia de que la situación de Zapata o de Fariñas habían sido el resultado de actitudes inhumanas o arbitrarias de las autoridades.
Para ir al fondo del asunto, compárese la actitud de los disidentes con una hipotética revuelta de delincuentes comunes brasileños. Después de todo no se puede considerar a nadie inocente o injustamente condenado porque así se autoproclame o porque se exponga como víctima por medio de gestos dramáticos.
El silencio de los medios
Sin pruebas categóricas de que un gobierno constitucional violó normas internacionales, es razonable que el presidente de otro país guíe sus actitudes basado en el principio de la autodeterminación de las naciones en el manejo de sus asuntos internos. El presidente brasileño actuó con la misma prudencia con respecto a Israel, país al que llegó el pasado día 14, a pesar de la abundante evidencia que compromete a los sionistas con la violación de derechos humanos.
Pero las palabras de Lula en relación con Cuba y su silencio sobre el gobierno israelí se trataron de manera notablemente diferente. En el primer caso, los apóstoles de la democracia occidental no han perdonado la negativa del presidente de Brasil a unirse a la ofensiva contra La Habana y a legitimar el uso de los derechos humanos contra un país soberano. En el segundo caso aceptaron respetuosamente el silencio presidencial.
A decir verdad, no sólo los articulistas y políticos de derecha tuvieron ese comportamiento hipócrita. Porque de la misma manera se comportaron algunos parlamentarios y blogueros considerados progresistas pero temerosos de enfrentarse al poderoso monopolio de los medios de comunicación y dispuestos a pagar el peaje de la demagogia para lograr un éxito personal, aun a costa de renunciar a cualquier reflexión crítica sobre los hechos en cuestión.
Un observador imparcial advertiría fácilmente que, al contrario de los sucesos de Cuba, en los que el resultado fatal fue consecuencia de las decisiones individuales de las propias víctimas, los que se refieren a Israel son consecuencias de una política deliberada de sus instituciones gubernamentales.
El sionismo y los derechos humanos
El Estado sionista es uno de los países con mayor número de presos políticos del mundo, con cerca de 11.000 prisioneros incluyendo a niños y, en su mayoría, sin que hayan tenido un juicio. Más de 800.000 palestinos han sido encarcelados desde 1948. Aproximadamente el 25% de los palestinos que permanecen en los territorios ocupados por el ejército israelí han estado en la cárcel en algún momento. Las detenciones han afectado asimismo a los dirigentes palestinos: 39 diputados y 9 ministros han sido secuestrados desde junio de 2006.
En ese país la tortura está legitimada por una sentencia de la Corte Suprema que autorizó el uso de “técnicas dolorosas para el interrogatorio de prisioneros bajo custodia del gobierno”. Nada de esto ni siquiera se ha insinuado contra Cuba, tampoco por parte de organizaciones que no tienen la más mínima simpatía por su régimen político.
Pero las violaciones de los derechos humanos en Israel no se limitan al tema carcelario, que sólo es una parte de la política de agresión contra el pueblo palestino. La resolución 181 de las Naciones Unidas, que creó el Estado de Israel en 1947, disponía que la nueva nación tendría un 56% de los territorios coloniales británicos sobre la ribera occidental del río Jordán, mientras que el restante 44% se destinaría a la construcción de un Estado del pueblo palestino, que antes de esa resolución ocupaba el 98% del área objeto de esa partición. El régimen sionista, violador reiterado de las leyes y acuerdos internacionales, controla hoy más del 78% del antiguo Mandato Británico si se excluye la parte ocupada por Jordania.
Más de 750.000 palestinos fueron expulsados de su país desde entonces. Israel demolió más de 20.000 casas de ciudadanos no judíos entre 1967 y 2009. Además Israel está construyendo, desde 2004, un muro de 700 Km. de longitud que aislará a 160.000 familias palestinas y controla más del 85% de los recursos hídricos de las áreas que corresponden a la actual Autoridad Palestina.
Por lo menos 600 puestos de control fueron instalados por el ejército israelí dentro de las ciudades palestinas. Las leyes aprobadas por el parlamento sionista impiden la reunificación de las familias que viven en diferentes municipios, además de incentivar los asentamientos judíos más allá de las fronteras internacionalmente reconocidas.
Doble moral
Ésas son algunas de las características que definen el sistema sionista de apartheid, en el que los derechos soberanos del pueblo palestino están limitados a verdaderos bantustanes, como en la antigua y racista Sudáfrica. El resultado de este panorama es una escalada represiva cada vez más brutal promovida como política de Estado.
Sin embargo los principales medios de comunicación guardan silencio ante estos hechos. También permanecen mudos los líderes políticos conservadores. Y tampoco se oye nada de algunas personas, presumiblemente progresistas, siempre dispuestas a apuntar con el dedo acusador a la revolución cubana.
Quizás porque los derechos humanos sólo provocan indignación a esta gente hipócrita cuando la supuesta violación de esos derechos humanos se vuelve contra las voces de la civilización judeocristiana, de la democracia liberal, del libre mercado y del anticomunismo. No le faltó razón al presidente Lula cuando reaccionó enérgicamente contra el cinismo de los ataques al gobierno de La Habana.
Breno Altman es periodista y director editorial del Sitio Web Opera Mundi (www.operamundi.com.br)
Monday, 15 March 2010
Una pregunta para los medios
Si sólo nos informáramos con lo que dicen nuestros medios locales seguro que estaríamos desinformados, o pero aún, incomunicados. Todo los detalles posibles sobre fútbol y hasta la exitosa operación de algún jugador, pero de unas olimpiadas globales, nada. ¡Qué chistoso!
Wednesday, 10 March 2010
El protector ejército yanqui
Tuesday, 9 March 2010
Ironías convenientes
Dibujo: Kalvellido
Solidaridad
Foto: La Prensa (aunque la nota corresponde a un titular muy distinto). El lugar, el Palacio de Justicia de la Calle Potosí. El día, cualquiera de estos.
¿Buena o mala noticia?
Dibujo: Kalvellido
Monday, 8 March 2010
Caiga quien caiga, ¿no ve?
Estos del pasquín de 'La Prensa' utilizan todo para ir contra el gobierno, pero cuando pasó la entrada ni siquiera mencionaron estos hechos como lo hizo 'El Diario' en su momento. Se me hace que es por eso, y no por verdadero compromiso, que se ponen de defensores de la naturaleza. Todo se vale con tal de darle tunda al gobierno.
Sunday, 7 March 2010
Estrategias
Thursday, 4 March 2010
La sensibilidad de El Día y las molestias de otros
¡Qué mala suerte que este pasquín no se preocupe de lo que opinamos los que sufrimos por esos bloqueos o paros de trasporte! Estoy seguro de que si preguntaban a todo aquel que sufrió por culpa de los transportistas durante este día (o cualquier otro día del año, incluyendo aquellos en los que sí hay transporte y los pasajeros somos tratados como bultos) se sorprenderían al saber que también existen otras personas, además de Evo, que se sienten molestas por dicha actitud irracional de los chofercitos defensores de borrachines.
Wednesday, 3 March 2010
Consecuentes
El estado invisible
Un pescador acongojado, viejo, buscaba en el lodo el cadáver de su nieto. Encontró al fin la gorrita del niño y lloraba inconsolable. "Lo material no me importa porque voy a seguir trabajando, pero he perdido a mi chiquito", repetía llorando.
La toponimia de esos hermosos balnearios muestra los orígenes prehispánicos de todos esos pueblos de nombre rumoroso y eufónico. En uno de ellos, el terremoto y el tsunami destruyeron el cementerio, abrieron las tumbas y mezclaron los restos en un aquelarre que Goya no habría podido imaginar. Los sobrevivientes se tapaban la nariz porque el hedor se había apoderado del pueblo destruido.
Entre el sismo y el tsunami hubo 45 minutos en los cuales la Armada pudo haber prevenido a la población, pero no lo hizo. Así se quejaba el alcalde de Juan Bautista, en la bahía de Cumberland, temblando de indignación. ¿Cómo se habían olvidado de prevenirles si ellos no habían sentido el terremoto? Pero incluso la gente que sufrió el sismo en el continente no tuvo advertencia de la Armada y no pudo salvar nada: el mar se comió esos poblados.
Hace varios días que veo incesantemente el canal chileno, porque me duele comprobar que todos los oprimidos del mundo tienen el mismo rostro. Esos rostros de impotencia, de desolación, nos aproximan y hermanan. Tengo además un motivo personal para acompañar en el dolor al pueblo chileno, porque mi abuelo Monroy era de esa nacionalidad. Y entonces pienso en algo por demás visible: el Estado invisible. Invisible para el servicio, para la atención oportuna, para remediar el desastre, para recibir y distribuir las donaciones de solidaridad, pero siempre presto a la represión, a la lentitud de la burocracia, a la ajenitud frente al dolor de la población. El canal chileno sólo muestra a la clase media; no llega a las barriadas. La ministra del ramo dice que las familias perjudicadas deben seguir juicio a las empresas constructoras que les vendieron departamentos mal construidos: es un pleito entre particulares. Pero no dice nada de los desposeídos, no habla de planes de vivienda ni de otras formas de asistencia. Sin embargo, es honesto reconocer que el desastre ha sido tan grande que ha desvelado la inermidad de ese Estado aparentemente tan poderoso. En cambio, lo que no se puede ocultar es la desarticulación del pueblo chileno. La clase media se organiza para proteger sus pertenencias y disparar a bulto, pero los oprimidos sólo se juntan para saquear.
La tragedia comenzó hace cuarenta años, y el poderoso movimiento obrero chileno nunca más levantó la cabeza. Quizá me equivoque, pero allí no hay movimientos sociales, no hay centrales, no hay federaciones. Cada chileno es un átomo aislado de los demás y frente a la sólida estructura del poder dejada por el pinochetismo de ayer y de hoy. En días más asumirá el nuevo Presidente Sebastián Piñera, de derecha y neoliberal a ultranza. El neoliberalismo es lo contrario de Noé; por eso en ninguna parte se vio un Arca que salve a ese pueblo chileno demudado frente al furor de la naturaleza. Vendrá Piñera y ¿dará subsidios? ¿Construirá viviendas sociales? ¿Reparará la economía de los pobres? ¿Ayudará a los pescadores, a los pequeños productores, a los pequeños comerciantes? Eso no va con sus principios. Si la furia de Dios se abatió sobre ellos que acabe con ellos. Para eso Dios ha creado también esa chilenidad burguesa, satisfecha, altanera, odiadora del roto y aun más del indígena, de espaldas a América Latina, a Sudamérica, a los vecinos más próximos de Chile: Argentina, Bolivia y Perú. Piñera gobernará para ellos y el pueblo chileno tendrá que acumular fuerzas para la reconstrucción sin ayuda de nadie, en la más profunda soledad.
Quizá sea ésta la oportunidad de oro para reorganizar los movimientos sociales, para rearticular a los trabajadores, para revivir el movimiento indígena y las reivindicaciones de los oprimidos, que jamás disfrutaron de la supuesta opulencia del neoliberalismo.
Me duele, me da rabia, me hace cagar de risa leer a esos comentaristas bolivianos que no disimulan su júbilo ante el triunfo de la derecha chilena. ¡Ese es el camino! ¡Ese es un gran país! Ellos harán negocios afortunados, mientras nosotros nos distraemos con ceremonias cojudas en Tiwanaku. Entonces pienso en la solidez orgánica del pueblo boliviano, en sus centrales y confederaciones, en su poderoso movimiento indígena, en su voluntad y su mentalidad colectivas, y me alegro de ser boliviano. Chile era así. El Chile de Allende era un pueblo jubiloso y organizado. Llegaron los cuatro jinetes del Apocalipsis y destruyeron las organizaciones sindicales y sociales. Volvió la democracia cómplice con la estructura de poder pinochetista y nunca hubo cambio de estructuras ni el movimiento popular volvió a alzar la cabeza.
Ojalá que esta tremenda desgracia sea también la hora cero de la rearticulación, de la reorganización, de la emancipación del pueblo chileno.
Ramón Rocha Monroy