La idea de que las guerras terminan con la neutralidad y la imparcialidad de las informaciones que difunden los medios de comunicación está de sobra aceptada. Basta recordar esa conocida expresión de que la verdad es la primera víctima en una guerra.
Ignacio Ramonet en el capítulo ‘Conflictos bélicos y manipulación de las mentes’, en su libro ‘La tiranía de la comunicación’, nos relataba cómo Estados Unidos (EE UU) recluta a los directores de Hollywood en los años 40 para que “expliquen” las razones de su intervención en la Segunda Guerra Mundial, y cómo Vietnam fue el punto de inflexión en el papel de la prensa.
Los medios de comunicación intentan aparentar que su línea editorial es de rechazo a la guerra, el odio o cualquier manifestación de violencia. Ese es el primer prejuicio a desmontar en este libro. La realidad es que los medios de comunicación:
• Pueden jugar un papel fundamental en el fomento del odio interétnico o intercultural.
• Pueden apoyar y crear las condiciones para que la ciudadanía acepte una invasión militar.
• Son fundamentales para que las sociedades acepten la participación de sus ejércitos en acciones militares internacionales sin plantearse si esa acción es aceptada por los ciudadanos del país receptor y si de verdad es una operación de paz.
• Trivializan las armas, la guerra y la muerte.
• Criminalizan a los grupos sociales críticos.
• Estigmatizan a gobernantes díscolos hasta el punto de sentar las bases para legitimar una intervención armada.
Si a ello le añadimos que prácticamente todos los poderes de la sociedad tienen su correspondiente contrapoder más o menos eficaz –frente al gobierno, la oposición; frente al empresario el sindicato; frente a las empresas, las asociaciones de consumidores, etc…–, sólo nos queda constatar que no hay contrapeso alguno que sirva de control democrático a los medios de comunicación.
Los códigos de autorregulación no están siendo cumplidos, el control sobre la veracidad de los contenidos no existe y la pluralidad no cuenta con ningún reglamento que la garantice.
Los medios de comunicación son en gran parte responsables de eso que he llamado el nihilismo espontáneo de la percepción, en cuyo seno se borran las diferencias entre una Guerra y una Olimpiada, entre las torturas de Abu Ghraib y un Parque Temático, entre la información y la publicidad. Las ediciones digitales de los periódicos ofrecen todos los días, uno al lado del otro, titulares como estos: “Vea los últimos instantes de Sadam Hussein”, “Vea las imágenes de la pasarela Cibeles”, “Vea el tercer gol de Ronaldinho”, contribuyendo de esta manera a la ‘monumentalización’ rutinaria y tranquilizadora del horror más abyecto.
El culto a la imagen puede llevar a programas del estilo de la estadounidense ‘The World in a Minute’ (El mundo en un minuto), que consiste en la estupidez de pasar secuencias cortas de imágenes de actualidad que sólo presentan caos al más puro estilo vídeoclip y con lo que nadie puede comprender nada de lo que sucede en el mundo. Pero además, la dependencia del vídeo supone eliminar de la agenda noticias por la única razón de no disponer de imágenes espectaculares. O al contrario, incorporar al noticiero contenidos cuyo único mérito es disponer de una imagen sugerente y espectacular. De esta forma la protesta de un individuo quemándose a lo bonzo ante las escaleras del Capitolio sólo será noticia si es recogida por una cámara de televisión, cuando el hecho noticioso será el mismo, estén o no estén las imágenes.
Como afirma el especialista en medios de comunicación Danny Schecheter, “tenemos más medios de comunicación pero menos herramientas para la comprensión”. Es indiscutible que hoy, más que nunca, tenemos más acceso a la información, pero mediante la saturación de información y la incapacidad de discernir la valiosa de la prescindible han conseguido que estemos peor informados.
Nota: Extractos del artículo del mismo nombre perteneciente a Pascual Serrano y publicados en Rebelion.org. Pueden acceder al mismo siguiendo este enlace.
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