Nuestros discursos se van moldeando entre nuestros tics de pensamiento (y por lo tanto de lenguaje) y nuestros movimientos de cintura (de lenguaje, en verdad). “¿Cómo estás?”, “bien, ¿y tú?”; “mis sentidos pésames”; “les deseo todo lo mejor”; “qué bonita tu wawita”; “qué frío hace”; “qué calor hace”, son componentes automáticos de nuestras relaciones diarias pocas veces cargadas de un sentido auténtico, realmente pensado. De hecho, cuando se estudia esta categoría en la universidad, lo más fácil es hacer reír al profe con nuestros ejemplos de comunicación fáctica. Son como los gritos de los animales que no hacen sino asegurar los circuitos de contacto. Sin embargo, nos sorprende que, por ejemplo, un alemán responda a la pregunta ¿cómo están tus papás? con un “no lo sé, no he hablado con ellos” en lugar del cómodo “bien, gracias”, vestido por una sonrisa.
En los altares de la academia los giros del lenguaje tienen distintos tonos y diferentes formas de marear la perdiz. Unas voces son más convincentes que otras, pero al final todas contienen ideología elegantemente perfumada con la jerga de lo científico. No crea que con esto se echa por tierra la sistematicidad o el rigor científico, pero de que se deja permear por la subjetividad de sus investigadores y que las palabras lo delatan, no hay vuelta. A cuidarse, dicho sea de paso, de publicaciones, o libros que lograron publicarse, que gastan madera parafraseando autores, ellos sí reconocidos, y luego yuxtaponiéndolos haciéndose creer a sí mismos que por eso producen conocimiento, más todavía si se divierten con el juego del neologismo barato y larguirucho.
Imagínese ahora todo lo que puede destilar a diario la política en este vicio de la palabra. Sus actores saben que las batallas no se dan en el terreno de la violencia física, sino en el gran campo discursivo. Saben que juegan sus mejores cartas en lo público, por no decir en las arenas mediáticas. Entonces hay que ver o escuchar desde nuestras casas las astucias discursivas que se despliegan frente a micrófonos para justificar hoy lo que dijeron ayer que nunca harían (alianzas políticas con el enemigo vendepatria, repartija de pegas a militantes, parientes o amigos, casos de corrupción injustificables). Hay que ver, otro ejemplo, a Manfred Reyes Villa explicando, desde las pantallas de CNN, la falta de diálogo con el presidente Morales frente a preguntas muy concretas de Daniel Viotto; hay que escuchar el silencio sepulcral cuando no el titubeo de oficialistas después de la tortura de perros como envalentonamiento de los “ponchos rojos”; hay que ver los coletazos de ahogado de podemistas a la hora de contar por qué no quieren saber de la Constituyente o qué pero ponen al texto en cuestión. Palabras sujetas a una línea discursiva que no se permite significativas concesiones por falta de imaginación. Palabras que confunden. Palabras que traicionan. Palabras que dividen y confrontan. Y que matan.
Todo lo anterior para decirle, desde este Clepsidra, que vamos a llenar de sentido pero sobre todo de sentimiento el deseo de un año esperado y esperanzado a esta Bolivia que ya se ha cansado de esperar.
(Extraído de La Prensa)
1 comment:
Gran Claudia.
Que la palabra pese. Y que pese mucho, que desde ya, es ella, quién nos salva.
Un abrazo
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