Wednesday, 26 December 2007

Cruzada quijotesca en contra de las Navidades: Día 2

Estas navidades siniestras

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales, que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2,000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran, además, muchos millones que no lo han creído nunca, pero le gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social. Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando sólo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran mas grandes que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche mas grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los reyes magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros mal copiados del aduanero Rousseau. La mitificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los reyes magos -- como sucede en España con toda razón--, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no sólo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quedé en el limbo. Aquel día --como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria-- perdí la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de París, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar más en el amor y menos en la píldora.

Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y de los ingleses, que es el mismo Papa Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho y porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a los Estados Unidos, y éstos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo más siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del inglés; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.

Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedó viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobró de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños --viendo tantas cosas atroces-- terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.

Gabriel García Márquez
elnuevodiario.com.mi


6 comments:

utópico said...

jajajaja....
pues comparto todo lo que el dice... es una verdadera lastima, y eso que yo no soy religioso....
saludos!!
qeu el 2008, te traiga buenas cosas...

prueba said...

Bueno... en nombre del comercio todo... y siempre el gabo cuando no tan observador.... clarificando con su pluma las verdades que todos vemos.
Al fin de cuentas, yo nose... a veces creo que ya no creo en dios... si existe... no lo se.
Como dicen, para gustos los colores.

Me quedo con el compromiso de trabajo por los niños de la calle que nacen sin techo, ni pesebre, ni regalos... de esos abundan en el mundo, y se suele olvidarlos mucho más en estas fechas. en fin...

besitos,

Anonymous said...

Que visión más deprimente de la Navidad!!!
Lo peor de todo es que muchos dirán: Si lo Dijo Gabo, es cierto!!!
Creo que ese es el lado oscuro que ha empañado lo mejor que tiene la humanidad: la espiritualidad.
Sin embargo todo lo descrito en el texto me sabe a decepción... una decepción tan grande que inutiliza, que no deja ver las cosas buenas de la Navidad.
Creo que la felicidad no puede medirse por unos juguetes, ni por unos regalos, pero en algunos lugares es lo único que reciben en todo el año, aunque sea de un padre que se mantuvo alejado física o emocionalmente o de un desconocido por caridad.
A riesgo de ser tildado de iluso, creo que hay algo parecido al Espíritu Navideño. Que por lo menos nos impulsa a ser un poquito mejores, a ser más tolerantes y a deponer actitudes violentas.
Creo que si no fuera por la Navidad, muchas guerras no habrían terminado, muchos rehenes no habrían sido liberados, muchas familias no se hubieran unido, muchas amistades no se hubieran reunido.
Navidad es época de Paz, aunque a muchos no les guste, aunque reneguemos contra el mercantilismo... pero existe el peligro de que al quitarle toda la parafernalia económica no olvidemos del mejor regalo que nos hicieron que es la llegada del Hijo de Dios.
A diferencia de García Márquez, me encantan las luces de Navidad... me recuerdan varias navidades en compañía de mi padre quien me enseñó lo importante de estar unidos, de ver más allá de las apariencias, de buscar lo bueno de cada situación.
Feliz Navidad y que Dios nos bendiga a todos.

Pete el Malo said...

Creo que el mensaje si bien es cierto es también en extremo pesimista. Estoy más de acuerdo con la opinión de "la maldad".

Yo paso la navidad en familia y no es por obligación ni porque el vecino me está juzgando, sino porque es un tiempo en que se pueden coordinar tiempos laborales para compartir juntos.

Además para un creyente verdadero no es necesaria una fecha especial para acordarse de Jesús (eso ocurre todos los días). Pero no creo que sea malo que para otros la navidad sea oportunidad de conocer por lo menos Su nombre y alguito de Su vida.

Saludos navideños,

Mefistum said...

No es pesimista la visión de García Márquez, es enrabiada. Me parece que siente rabia por lo que perdió y ya no recuperará y eso lo lleva a describir lo peor de una fiesta que podría ser cualquiera, en cualquier época del año, no necesariamente navidad.
Las malas experiencias personales no pueden nublar nuestra visión y convertir lo que para muchos es un momento de re-unión y acercamiento en sólo una fecha marcada por el mercantilismo.
De nosotros depende el tinte que le demos a esto, nosotros decidimos a fin de cuenta, qué es lo que proyectaremos a nuestros hijos (quienes los tienen) o nuestros cercanos.
Yo no soy religioso y para ser sincero me importa un pepino si Jesús nació un 25 de Diciembre o no, lo que sí me interesa es que en estas ocasiones siento que la mala leche se deja de lado y aunque sea por un par de días se piensa más en el otro que en sí mismo.
Saludos desde el fin del mundo y deseo de todo corazón que el año que viene puedan llegar a acuerdos de forma pacífica. No es tan dificil, sólo basta dar un poco de sí y aceptar que el otro puede tener un poco de razón.
Mis mejores deseos para todos y una vez más mis lejanos saludos

Rebelde said...

Creo que todos tienen un poco de razón en la forma, personal, de ver la navidad. Pero, como Mefistum, creo que la visión de la Navidad que da GM no es pesimista, es más no interesa que sea Navidad, ni tampoco que sea el 'Gran Gabo'; podría ser cualquiera de nosotros que expresa su sentir en contra de lo excesivamente comercial en lo que una fiesta (que no debiera serlo) se ha convertido, perdiendo lastimosamente su verdadera esencia y significado (no sé si recuerdan, pero en Bolivia se inventaron el día de la amistad el 23 de junio o julio, ya ni me acuerdo, porque se hacía necesario vender más tarjetitas, es bueno para los negocios). Creo que el Gabo nos habla con esa rabia, sentimiento de impotencia, decepción y, por supuesto, ironía para reconducir a aquellos que han perdido el 'verdadero espíritu navideño' y volver a su cauce natural, que en teoría es el de recordar el nacimiento del Flaco. Como quiera que sea, creo que aquellos que tienen apego a estas fiestas por razones más profundas que el profano mercantilismo y que así lo practican están en todo su derecho de hacerlo y pueden muy bien hacer caso omiso a este escrito pues no va dirigido a ellos. En mi opinión va dirigido a todos aquellos que han profanado el 'espíritu navideño' en beneficio propio y nada más.

Saludos Rebeldes [Navideños-de verdad]