Wednesday, 3 September 2008

La destilación de bilis negra

Leo por ahí que los médicos del siglo XIX, con gran sentido metafórico, llamaban bilis negra a lo que hoy se llama “trastorno bipolar”, depresión o depre, que también le llaman.

Usualmente, una jornada de depre se anuncia con un sueño intranquilo, pesadillas claustrofóbicas, sueños laberínticos o de persecución. Uno se levanta con el ph ácido, es decir, vinagrera o la sensación de estar chupando una moneda de cobre de un cofre pirata desenterrado. Entonces, dicen que para recuperar el aliento es bueno un café bien cargado y hasta un cigarrillo tempranero, pero el efecto no tarda en ceder ante la destilación silenciosa de bilis negra.

Psicólogos y psiquiatras coinciden en la pertinencia de ingerir píldoras que inhiben la serotonina o que disparan la dopamina, para bloquear o activar los neurotransmisores cerebrales, de modo que nuestro ánimo reciba información positiva y censure la información negativa. Así el trastorno bipolar cede y uno puede “cambiar de polo”, es decir, de humor.

Los amigos aconsejan, en cambio, un par de whiskys tempraneros, con café o en las rocas, de impacto inmediato en el trastorno bipolar para cumplir los deberes más urgentes del día que, en el caso de los periodistas, consiste en escribir las notas del día. Total, como dice un periodista español, felizmente no hay control antidoping en los medios.

Pero aquí viene el hallazgo que de una nota sobre los neurotransmisores se convierte en una reflexión política: Juan Cueto, que así se llama el periodista español, atribuye la causa mayor del trastorno bipolar a la confrontación político electoral. Mientras Rodríguez Zapatero se muestra sereno y positivo como un budista zen o un filósofo laico ilustrado, el jefe del partido opositor aparece generalmente sudado, crispado, histérico, en actitud de segregar bilis negra ante las cámaras para echar la culpa de todos los males a los inmigrantes, a los terroristas, a los gays, a las lesbianas, a las mujeres y a los distintos, que automáticamente son agentes de la catástrofe, del miedo, de la necesidad de poner orden. ¡Orden!

¿Cómo no pensar lo mismo en nuestros días? Hay gente que se niega a admitir que la irrupción del movimiento indígena y los movimientos sociales en la política sin intermediarios, con sus propios líderes, es tan irreversible como las grandes medidas de la revolución del 52; y entonces, en lugar de relajarse y aceptar el país tal como es, abigarrado, diverso, vivo, pujante y sin embargo sereno y pacífico, echan espuma para señalar a los culpables, que en nuestro caso no son tanto los gays, las lesbianas, los terroristas o los distintos, sino específicamente “los indios de mierda”. Pues bien: tendrán que acostumbrarse a esta nueva realidad porque de lo contrario tendrán un trastorno bipolar que incluso podría derivar en esquizofrenia.

Recuerdo que un paisano en la sauna decía, muy seguro de sus fuentes, que los marines americanos tenían una base en el Paraguay y que pronto invadirían el país, por el este, con 10.000 hombres, mientras por el occidente nos ocuparían 20.000 soldados chilenos. ¡Ah! —decía el paisano, en un tono que le hubiera envidiado un profeta bíblico—, ¡Ah, cuando nos invadan, quiero ver la cara de este indio de m… que nos gobierna! Lo escuché callado, pero como consultó mi opinión, le dije: “Me pregunto qué pensaría Avaroa si te escuchara”.

Ramón Rocha Monroy
(Tomado de la edición del 3 de Septiembre de 2008 de La Prensa)

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